lunes, 21 de abril de 2014

Dejame ser tu maldita puta



Lo conocí en el grupo de estudio de ciencias. Me di cuenta de que estaba intentando agradarle cuando observé que los amigos me sonreían y guiñaban. Pensé que tal vez hubiera amanecido algo desanimada y que en todo caso, no me vendrían mal algunas miradas anhelantes y sonrisas corteses, sólo eso.

Pocos días después, en la siguiente toma de conciencia descubrí que en verdad deseaba gustarle, pese a molestarme su impuntualidad y sus evidentes mentiras "engrandecedoras" o "dignificadoras" cuando se le preguntaban cuestiones personales. Me trataba con deferencia, pero su timidez se imponía.

-¿Qué, vienes conmigo a bailar el sábado por la noche?

-Me encantaría salir contigo, pero no sé bailar. No tengo gracia, lo siento.

-Bueno, eso se arregla. Te espero entonces el sábado en mi casa, ¿recuerdas dónde, no? Fue ahí donde estudiamos lo de Plank.

-Pero en verdad...

Lo callé con un beso y salí.

Llegó el sábado, yo ya estaba arreglada, tenía puesta una pieza de reggae y bailaba descalza en la sala, él llegó sin una flor, sin la ropa adecuada, pero con una sonrisa que me hizo desearlo.

-Pasa, me pongo los zapatos, ¿te ofrezco algo antes?

-No, gracias, no tomo.

-Bueno, a ver, te enseño.

Lo tomé con ambas manos por la cintura y comencé a bailar, sonriendo por su azoro. Al terminar la pieza dejé su cintura y me recosté boca arriba en la alfombra. Fue claro que él no sabía qué hacer, pero tras unos segundos se recostó de costado a un lado mío. Observaba mi rostro y mi pecho y comenzó a hablar de libros evadiendo el encuentro con mis ojos. Me incorporé un poco y lo besé hundiendo mis manos en su pelo. Él respondió tímidamente, casi a la fuerza introduje mi lengua entre sus labios.

-¿Quieres ser mi novia, Estela?

Yo reí. Él pareció retroceder. Pensé que si ya había traído a este hombre a casa, si me agradaba su trato cordial y su actitud de saberlo todo, si lo había ya besado y él cedía, podía apostar fuerte y confesar la fantasía.

-"Déjame ser tu puta".

-¿Cómo?

-Sí, quédate aquí, pasa la noche conmigo, llámame por el nombre que te guste, ordéname complacer tus fantasías.

-Es que yo no...

-No te pregunto lo que has hecho, sólo cuéntame lo que has soñado, lo más tierno, lo más asqueroso y pídelo. Tú no preguntes lo que he hecho, úsame y disfrútalo.

Andrés se transformó en otro hombre, aún algo temeroso, metió sus manos por debajo de mi blusa, acariciando mi abdomen, cada vez con más ansia subió a mi pecho mientras me observaba cautela. Sonreí y él sacó sus manos, tomó la blusa por la orilla inferior y me despojó de ella en silencio. La dejó caer y desabrochó el sostén.

-Quiero besarlas

-¿Las qué? –pregunté con picardía tomando su cabeza y acercándola a mi pecho- ¿estas? Anda, mis tetas son tuyas, puedes besarlas, lamerlas, estrujarlas, morderlas.

Esa fue la última invitación que hizo falta. Él comenzó a besar mis senos, a mamarlos, a juguetear su lengua contra mis pezones, para subir luego a besar mi cuello. Sus manos se deshacían de su camisa mientras me besaba el rostro, lamía mis hombros, daba pequeñas mordidas en mi abdomen.

–¡Qué bella eres, mi Laura, mi Beatriz, mi Melusina, mi mujer, mi puta! Ven, pega tu pecho al mío, abrázame.

Yo obedecí y él pasó sus brazos bajo los míos para bajar la cremallera de mi falda, metió sus manos por debajo de mi ropa interior y la deslizó un poco hacia abajo acariciando mis nalgas. Inesperadamente, las palmeó con algo de fuerza. Yo me abracé más a él, presionando mis senos contra su pecho y besé su cuello.

-¿Te gusta, mi putita? ¡Que rica eres! ¿pero qué tan puta?

-Pide. Yo haré lo que quieras.

-Arrodíllate, desvísteme, quiero ver cómo te comes mi verga.

Yo estaba a mil, me ponía increíblemente caliente este hombre tímido que se atrevía a ordenarme sus fantasías. Me arrodillé, desabroché y quité su cinturón, bajé su bragueta, introduje mis manos entre su ropa y la deslicé acariciándolo, como él había hecho. Observé su pene erguido, besé su punta, lo lamí lentamente hasta la base, besé sus huevos, volví a subir lamiendo su tronco, puse mis labios entrecerrados rozando su punta y sentí como me tomaba por el cabello y tiraba de él un poco, apenas lo suficiente para hacerme quejarme y aprovechar la apertura, jaló mi cabeza hacia él introduciendo de golpe más de la mitad de su verga en mis labios. Era delicioso, estaba caliente, tensa. Me encantaba que sus manos no me permitieran más que seguir, yo ya estaba completamente húmeda por estar siendo sometida en mi sala por él, mi mano izquierda estrujaba su nalga, bajé la derecha para acariciarme. Él comenzó a gemir y soltó mi cabeza.

-Basta. No te toques. ¿Te hace falta? Para eso estoy yo, vas a gritar como la puta que eres.

Levantó las piernas para deshacerse de la ropa que estaba aún en sus pies, se agachó a recoger el cinturón se paró detrás de mi, sostuvo mis manos y las sujetó con él por detrás de mi espalda, luego me tomó con delicadeza por la cadera y me condujo al sillón, me reclinó en él, subió sus piernas a los lados de las mías, apuntándome sin entrar. Besó mis labios, mi rostro, mi cuello, acariciaba mis senos, sus dedos rozaban mis pezones, lamía mi oreja. Mientras mis manos estaban sujetas tras mi espalda y mis piernas bajo las suyas, me desesperaba, para que se lo pidiese.

-¡Ya!, ¡por favor!, ¡penétrame!

Sostuvo mi cadera con ambas manos y con un único y rápido movimiento insertó por completo su verga en mi. Yo grité de placer, él reía.

-Muy bien, mi puta, así te quería yo hacer gritar.

Comenzó a bombearme con rapidez y fuerza, como si ya llevase tiempo dentro de mi. No tardé casi nada en sentir que mi cuerpo se contraía violentamente en un estallido de gozo. Él sonrió, sacó su miembro bañado en mi orgasmo y comenzó a restregarlo con fuerza en mi clítoris hasta hacerme terminar de nuevo.

Bajó del sillón, se arrodilló en el suelo, puso mis piernas sobre sus hombros y comenzó a lamer mis labios vaginales, atrapó mi clítoris entre sus labios y tiró un poco dos o tres veces, recorría a lenguetazos mi entrada, luego su lengua me penetró, acariciando por dentro mis paredes, se retiró un poco para que lo viese relamerse los labios. Entonces puso su pulgar sobre mi clítoris y lo presionó un poco mientras, haciendo un racimo con el resto de sus dedos, los introducía en mi, comenzó a moverlos en círculo, luego a separarlos y cerrarlos dentro de mí, cuando estallé en otro orgasmo sobre su mano, la retiró, se levantó, embadurnó mis jugos en su verga.

-¿Quieres más, quieres que termine dentro de ti?

-Sí, quiero, quiero más.



Él asintió, me ayudó a levantarme, me dio vuelta, desató mis manos, tomó mi blusa del suelo y la giró sobre sí misma, se paró frente a mi, me besó.

-Bueno, preciosa, abre la boca. Voy a amordazarte con esto, ¿está bien?

Yo abrí la boca y lo dejé hacer, pensando qué seguiría.

-A gatas sobre la alfombra, mi puta.

Yo obedecí, él se hincó detrás de mí, acarició mis nalgas, lamió la línea media de mi espalda, me dio un par de nalgadas. Luego tomó un seno mío en cada mano, recostó su pecho en mi espalda y me susurró al oído.

-Ahora aguanta putita. Te va a encantar cómo te culeo.

Yo no podía protestar nada y antes de darme tiempo a moverme, sus manos se cerraron con fuerza en mis senos mientras su verga ardiendo me penetraba el culo de un golpe llenándome de dolor. Fue una entrada brutal, pero la blusa ahogaba mis gritos, traté de hacerme hacia delante para alejarme, pero sus manos presionaron con más fuerza mis senos.

-No huyas, espera. No voy a moverme dentro hasta que quieras, pero no pienso salir, eres mi puta, ofreciste serlo. Relájate, amor, date oportunidad de sentir placer.

Yo asentí, sintiendo que mi culo ardía y pensando que nunca querría moverme, que iba a estar ahí siempre, con ese hombre inmóvil en mi. Poco a poco, sus manos se relajaron y la presión en mis senos se volvió caricia, él besaba mi nuca y mi cuello, acariciaba mi abdomen, mis piernas.

-Mi hermosísima Laura, así, mi Beatriz, mi Estela, así, mi puta querida, mi mujer amada, me encantas.

Al oírlo me di cuenta de que yo había comenzado a mover mi cadera hacia él, que me lo estaba follando con el culo, que me gustaba. Continué cada vez más rápido oyendo su respiración entrecortada, sus gemidos, sintiendo sus manos aferrar mi cadera y luego todo su cuerpo convulsionarse de placer sobre el mío. Cuando él salió, me recosté boca abajo sobre la alfombra, él se dejó caer a mi lado, acarició mi espalda, mi cadera, mis nalgas. Luego deshizo el nudo detrás de mi cabeza, hundió su nariz en mi pelo, besó mi nuca, mis hombros. Volvía a ser el hombre tímido y dulce.

-Eres bellísima, Estela. ¿Te lastimé demasiado?

Yo sonreí.

-¿Te gustó?

-Sí. Me gustó mucho. ¿El martes nos vemos en el grupo de ciencias?

-Mejor no.

Su respuesta me dejaba indefensa. Yo con mi autoconcepto de bella, con mi experiencia, con dos o tres admiradores constantes había procurado seducir y complacer a un hombre y al parecer, no había logrado lo suficiente. Sentí ganas de llorar, pero estaba cansada y no quería hacerlo. "Quisiste ser su puta, eso eres. Las buenas putas no lloran si se va el cliente" pensé para controlarme. ¡Por Dios, en menos de dos semanas me había enamorado de un feo asistente de laboratorio en física! Vaya momento de darme cuenta.

-Ve tú entonces, sabes más que yo –murmuré sintiendo que si decía algo más largo que eso estallaría en llanto.

-Cásate conmigo.

-¿Cómo?

Había sido tan inesperado, pero sonaba tan sincero.

-Bueno, vive conmigo al menos. Te necesito, mi amada putita.

Él también estaba enamorado. Sonreí al darme cuenta, mi mano buscó la suya en la alfombra.

-¿Eras virgen, Andrés?

-No. Lo hice un par de veces, cuando muchacho, un tío mío le pagó a una mujer para instruirme.

Pobre puta –pensé- tenerlo y perderlo.

-Sí, Andrés, soy tuya, soy tu mujer y deseo serlo siempre, pero no, no nos casamos, "déjame ser tu puta."


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