martes, 24 de junio de 2014

La universitaria



Al edificio arribó una vecina nueva. Como presidente de la comunidad, tuve que presentarme, para explicarle los gastos comunes y las reglas de convivencia. La nenita, una preciosidad: morenita, delgada, alta y con un culo perfecto, además de unas tetas firmes y una carita linda de muñeca. Y muy caliente, que eso se veía. Tenía 19  años y era universitaria, según me contó. Ese día vestía vaqueros muy ajustados. Tenía en su casa una bicicleta estática, de esas para mantenerse en forma. Se despidió con un beso en ambas mejillas y me dejó hirviendo.

Pero al poco, empezaron los problemas. Resulta que durante las noches recibía a hombres en su piso. Las viejas del edificio era quisquillosa, así que empezaban con sus cosas: que si tanta gente rara por los pasillos, que si los coches ocupaban todos los estacionamientos, que si tanta movida de noche… La bruja de mi mujer me dijo que antes de que tuviese que aguantar un desfile de gente reclamando, se iba a casa de su madre. Un día llegué tarde a mi casa y andaba en mi busca un tipo maduro. Cuando al fin nos vimos, me preguntó por 'la chica que atendía. ‘¡Ay, que la linda muñequita es puta!’, pensé.

Me quedé confundido y debí hablar con ella. Llevaba traje negro ceñido, con escote de vértigo. O sea, ‘lista para atender’. Se moría de vergüenza mientras me decía que sí, que era puta de noche, pero para pagarse los estudios. Llevaba seis meses en el oficio y ya se había cambiado tres veces de piso, por lo mismo, por problemas con los vecinos. Le dije que por su bien tenía que ser más discreta y que tratara de ‘hacerlo’ en otros sitios. A la vez le sugerí que en vez de recibir gente de la calle, que se publicitara entre los vecinos del edificio. Me sonrió, pícara, y me contestó que no era mala idea. De pronto, puso su mano en mi pene y me dijo, mirándome a los ojos, que si quería ser el primero en degustar ‘los productos’ de su negocio.

Del tirón, le bajé el escote y, dejando sus tetas duritas al descubierto, se las chupé. Incluidos besos con lengua. Me llevó hasta el sofá y me recostó en él. Acabé de sacarle el vestido para disfrutarla a mis anchas y contemplar aquellas rojas y diminutas braguitas. Se la saqué con la boca para después saborear su sexo, poblado de vellos rizados.

___¡Ay, vecino! Esto no está incluido en los servicios -me dijo.
Pero ya le tenía metida la lengua hasta adentro y mis dedos empezaban a juguetear en sus pezones.
___¡Qué cuernecitos mas afiladitos tienes, vecinita! –le dije.

Luego me desvistió totalmente y  me hizo una hermosa felación. Para sólo tener 19 añitos, sabía cómo sacarle punta al lápiz. Entonces nos fuimos a su cuarto. Un auténtico motel.  Había puesto espejos en paredes y techo, aparte de luces rojas y pantalla gigante con canal porno. Me enfundó el pene, y primero misionero, perrito después y rematamos con un galope sincronizado mientras íbamos mirándonos en los espejos.

___Bueno, vecino, espero me ayudes con los otros  -me dijo.
___Será nuestro secreto, vecinita -le dije, mientras me vestía. Después, me despedí de ella y salí de su piso hacia el mío.

La nena bajó la cantidad de gente de afuera, saliendo a hacer servicios a domicilios y ‘haciéndoselo’ con todos los vecinos del edificio, incluido un abuelo que parecía revivir con ella. Las viejas ya ni piaban, de lo bien que nos lo montábamos, teniendo nuestro propio burdel allí mismo, en el cual gozábamos de sexo joven y oculto, mientras la nena ganaba sus buenos euros. De hecho, 50 por barba, pero a todos los vecinos les regalaba unos minutos extra. Por ser el presidente me lo hacía gratis dos veces al mes. Es que la ayudé en la publicidad, a la vez que le compré lencería excitante y juguetes sexuales.

Los sábados nos reuníamos algunos vecinos en el piso del único solterón del edificio; mientras él se lo ‘hacía’ con la nena, los demás tomábamos algo y veíamos el partido. Las viejas suponían que éramos fanáticos del fútbol. Y si la cosa se alargaba, llevaba a algunos más a la cama. Y a veces sorteábamos el orden para dar un cierto morbo.

Y así estuvimos cuatro años. ¡Qué recuerdos! Me la tiré tanto que conocía cada centímetro de su cuerpo, cada lunar, cada pliegue de su anatomía espectacular. Ganó plata y nuestra amistad. Cualquier problema, y ahí estábamos. No tenía de qué quejarse. El último año fue el acabose; se puso silicona en las tetas e incluyó el griego en su menú. ¿Saben, quizás, quién fue el primero en colarla en aquel apretadito ojete? Jajajaja…

Muchísimo lo sentimos todos los vecinos e incluso algunos se llevaron un disgusto de órdago cuando nuestro objeto del deseo más preciado y  más precioso acabó su carrera, se tituló y cambió de ciudad…






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